Ahí los tenemos todos los días, en la prensa, en la televisión, en las bocas de los eruditos y de los ignorantes, quejándose de que estamos en crisis, de que toda medida que tome el gobierno es absurda, de que la situación económica en España es la peor desde hace años… Ahí están, recelosos, vigilando cada paso de los que deciden, esperando detrás de sus palestras a que algún contrario se equivoque para salir a atacar sin piedad.
Cada día oímos y leemos una y mil veces la misma perorata, y saboreamos también nuestra ración de soluciones a cada cual más podrida. Nos quejamos, y casi nunca sabemos por qué. Muchos, independientemente de su edad, siguen teniendo esa mentalidad propia de los niños que idolatran ciegamente a sus padres, y se limitan a repetir lo que otros han dicho antes, sin pasarlo antes por sus propios mecanismos de juicio o censura. Así, la mayoría de opiniones que se escuchan en la calle son meras transcripciones de lo dicho antes por alguien que, se supone, sabe más, aunque no siempre es así. La opinión pública está contaminada, en parte por el entorno de cada uno, y en parte por los medios de comunicación. No hay más que comparar dos periódicos del mismo día para darse cuenta de que, dependiendo de cuál se compre habitualmente, el lector va a elegir (quizá sin darse cuenta) uno u otro camino político, ideológico, etc. Lo admirable (por decirlo de algún modo) del asunto es que ningún periódico miente, sólo oculta la parte de información que le conviene según su tendencia. Los periodistas darán o no, dependiendo de la publicación, su propia opinión sobre el tema, siempre salpicada de ironías y mofas pésimamente ocultadas.
No estoy en contra de que el periodista dé su opinión en el medio en que trabaja, sino todo lo contrario. Opino que los periodistas son una buena manera de formar opinión pública. Pero opinión pública responsable y coherente. Tengo la sensación de que la gran mayoría de redactores utilizan su posición para manipular a la sociedad, ignorando por completo la ética. Y una vez se pasa ésta por alto, al carajo la discreción. Los comentarios y burlas que se hacen desde los medios sobre políticos, instituciones u otros medios de comunicación se sirven directamente en el plato del espectador, sin aliño ni maquillaje posible. La primera reacción del receptor puede ser de escepticismo, pero si este mecanismo se repite hasta la saciedad al final es imposible resistir a la tentación de pensar que, quizá, los que dicen eso que he oído tienen toda la razón.
Sí, todos sabemos que hay crisis, todos hemos notado que los precios han subido y que las nóminas han bajado. Todos lo hemos notado, incluso el presidente de la oposición que se empeña en crucificar al gobierno día sí día también, en lugar de proponer alguna solución factible y duradera. Y todos sabemos ya que el FMI ha dicho que España va a ser el último país en escapar de la recesión mundial. Sin embargo, hay algunos que parecen seleccionar muy bien lo que leen en prensa, pues a pesar de saber todo esto y quejarse cuando lo creen conveniente, luego no se cortan a la hora de organizar concentraciones multitudinarias y macroconciertos para apoyar la candidatura de Madrid 2016. Ahí sí que todos están de acuerdo, ahí sí que sólo hay una España y una sola manera de crear opinión pública.