•octubre 4, 2009 • 1 comentario

Ahí los tenemos todos los días, en la prensa, en la televisión, en las bocas de los eruditos y de los ignorantes, quejándose de que estamos en crisis, de que toda medida que tome el gobierno es absurda, de que la situación económica en España es la peor desde hace años… Ahí están, recelosos, vigilando cada paso de los que deciden, esperando detrás de sus palestras a que algún contrario se equivoque para salir a atacar sin piedad.

Cada día oímos y leemos una y mil veces la misma perorata, y saboreamos también nuestra ración de soluciones a cada cual más podrida. Nos quejamos, y casi nunca sabemos por qué. Muchos, independientemente de su edad, siguen teniendo esa mentalidad propia de los niños que idolatran ciegamente a sus padres, y se limitan a repetir lo que otros han dicho antes, sin pasarlo antes por sus propios mecanismos de juicio o censura. Así, la mayoría de opiniones que se escuchan en la calle son meras transcripciones de lo dicho antes por alguien que, se supone, sabe más, aunque no siempre es así. La opinión pública está contaminada, en parte por el entorno de cada uno, y en parte por los medios de comunicación. No hay más que comparar dos periódicos del mismo día para darse cuenta de que, dependiendo de cuál se compre habitualmente, el lector va a elegir (quizá sin darse cuenta) uno u otro camino político, ideológico, etc. Lo admirable (por decirlo de algún modo) del asunto es que ningún periódico miente, sólo oculta la parte de información que le conviene según su tendencia. Los periodistas darán o no, dependiendo de la publicación,  su propia opinión sobre el tema, siempre salpicada de ironías y mofas pésimamente ocultadas.

No estoy en contra de que el periodista dé su opinión en el medio en que trabaja, sino todo lo contrario. Opino que los periodistas son una buena manera de formar opinión pública. Pero opinión pública responsable y coherente. Tengo la sensación de que la gran mayoría de redactores utilizan su posición para manipular a la sociedad, ignorando por completo la ética. Y una vez se pasa ésta por alto, al carajo la discreción. Los comentarios y burlas que se hacen desde los medios sobre políticos, instituciones u otros medios de comunicación se sirven directamente en el plato del espectador, sin aliño ni maquillaje posible. La primera reacción del receptor puede ser de escepticismo, pero si este mecanismo se repite hasta la saciedad al final es imposible resistir a la tentación de pensar que, quizá, los que dicen eso que he oído tienen toda la razón.

Sí, todos sabemos que hay crisis, todos hemos notado que los precios han subido y que las nóminas han bajado. Todos lo hemos notado, incluso el presidente de la oposición que se empeña en crucificar al gobierno día sí día también, en lugar de proponer alguna solución factible y duradera. Y todos sabemos ya que el FMI ha dicho que España va a ser el último país en escapar de la recesión mundial. Sin embargo, hay algunos que parecen seleccionar muy bien lo que leen en prensa, pues a pesar de saber todo esto y quejarse cuando lo creen conveniente, luego no se cortan a la hora de organizar concentraciones multitudinarias y macroconciertos para apoyar la candidatura de Madrid 2016. Ahí sí que todos están de acuerdo, ahí sí que sólo hay una España y una sola manera de crear opinión pública.

Complicaciones

•septiembre 27, 2009 • 5 comentarios

A las personas, como es natural, no nos gusta vivir experiencias traumáticas o difíciles. Mucha gente, si tuviera que elegir rápidamente y sin poder reflexionar, seguramente optaría por una vida de color de rosa, sin problemas que ocuparan su precioso tiempo y que le impidieran dedicarse a la contemplación de la nada. Si fuera posible, gran parte de la humanidad renunciaría a su trabajo, a sus obligaciones y a todo lo que implica cierto esfuerzo. Y, por supuesto, lo primero a lo que la mayoría darían la espalda serían los problemas (concebidos como innecesarios y molestos) que, casi día a día, nos acompañan y vociferan en nuestras cabezas haciéndose casi imposibles de ignorar.

No es sencillo darle la vuelta a los problemas para dar con su cara B. Al principio, cuando surgen, nos es casi imposible vislumbrar su parte positiva, pues lo repentino del problema nos ciega y pone en funcionamiento esa parte del cerebro que se empeña en repetir incansablemente lo desgraciados que somos y la mala suerte que tenemos. Sin embargo, a medida que pasan los días, uno puede optar por seguir autocompadeciéndose o aprovecharse de la situación para el propio aprendizaje. Y sí, digo optar, porque estoy convencida de que la persona que sufre una mala experiencia tiene la capacidad de dirigir su mente para lograr salir de ella habiendo sacado algo que le pueda servir en el futuro.

Si todos tenemos problemas, ¿de dónde viene, pues, esa extraña idea que todos alguna vez hemos tenido, que dice que se puede vivir una existencia fácil e ideal? Hace décadas las personas prácticamente nacían sabiendo que iban a vivir enfrentándose de forma constante a dificultades, por lo que la tolerancia a la frustración y la capacidad de resolución de problemas era considerablemente mayor que la que ahora tenemos en general. Probablemente, gran culpa de esto (que no toda) la tengan los medios de comunicación, que consiguen vender la imagen idílica del jovencito guapo, adinerado y poseedor de las últimas gafas de sol del mercado o, caso más común todavía, la de la chica esquelética y con cara de mosquita muerta que atrae todas las miradas allá por donde pasa. Y, como no podría ser de otra manera, nos hacen creer con sus estrategias publicitarias enrevesadas y deshonestas que ése es el modelo que debemos seguir si queremos ser plenamente felices, siempre que entendamos la felicidad como consecuencia del éxito social, la popularidad y la integración total en cualquier contexto. Casi todos, en un momento u otro de nuestra vida, hemos intuido que era ésa la manera de acceder a la felicidad suprema o, dicho desde un punto de vista más crudo pero también más real, de resolver las frustraciones que arrastrábamos desde hacía años.

¿Por qué no nos enseñan desde niños a encauzar nuestras emociones, nuestras frustraciones? ¿Por qué, en el siglo XXI, tiene que haber más gente deprimida que nunca? Gente que muere con 80 ó 90 años y que durante su larga vida ha estado encadenando traumas, de los cuales muchos incluso le habrán pasado desapercibidos. Personas que dedican sus días a buscar la felicidad prometida sin rumbo, sólo dando tumbos, perdiendo la perspectiva una y otra vez hasta frustrarse y, quizá, hasta rendirse.

No existe una felicidad colectiva, cada cual ha de buscar la suya propia; no hay un solo camino, sino infinitos para elegir el que más convenga a cada uno. Sin embargo, hasta que los humanos no interioricemos de nuevo que equivocarse es una característica expresa de nuestra especie, seguiremos viendo cómo muchos de los nuestros naufragan por carecer de remos. Los problemas son, también, algo que siempre estuvo y que siempre estará, y aceptado esto no nos queda más que intentar llevarnos todo lo bien que podamos con ellos. De toda dificultad, hasta de la que nos parezca la más cruel, puede extraerse una enseñanza. Y de ellas, si se saben manejar, uno sale renovado, como acabado de salir de una gasolinera en la que le han llenado el depósito al máximo.